Borges decía que el paisaje influía sobre el carácter de las personas y ponía de ejemplo a los gauchos argentinos, acostumbrados a vivir en la infinita llanura pampeana, que mires para donde mires, apenas encontrabas más nada que un horizonte de hierba, que se perfila en el contraste de algún árbol lejano. A fuerza de ver este paisaje, explicaba el maestro, los argentinos se habían acostumbrado a mirar a lo lejos, a mirar el futuro como algo inmediato, desestimando, por irrelevante, el presente, abandonado el día a día, o inversamente a como decimos por aquí “dejando para mañana, lo que puedes hacer hoy”. Y puede ser que tenga razón, y en el pecado del paisaje lleven la penitencia de un país injusto y  caótico.
Pero volvamos a Lleida, que también tiene sus llanuras, donde el gobierno de la Generalitat y sus socios, parece que dedican más tiempo a la lectura del Martín Fierro y a la panacea independentista, que a resolver los problemas reales del presente que pueden convertirse; o en la cimentación, o el talón de Aquiles de un futuro, al que no llegaremos mirando el horizonte, sino trabajando con la seriedad que reclaman estos tiempos difíciles.
Hasta no hace demasiado, si una persona decidía construir un hotel, pues lo hacía y cuando lo tenía acabado pensaba en la manera de llenarlo. Hoy es al revés. Antes de construirlo tienes que pensar en ¿quién serán los clientes? Y proyectarlo en ese sentido. Antiguamente los payeses plantaban sus cosechas y mientras las recogían, pensaban en ¿quien se las compraría. Hoy ya no es así, y casi que necesitamos cultivos a la carta.
El mundo ha cambiado mucho, pero de lo que tenemos que ser conscientes es que va a cambiar mucho más y mucho más deprisa en los próximos 20 años. Con la globalización y sobre todo con  las tecnologías, tendremos que reinventarnos en nuevos trabajos y en nuevos sistemas de producción, donde poco de lo que conocemos resistirá el paso del tiempo. El comercio, el turismo, el sector primario  etc., están en la encrucijada de la evolución o la extinción. Y evolucionar no es sentarse a esperar mirando el horizonte. Evolucionar es trabajar con seriedad intentando reconducir los cambios, en beneficios sociales. En un escenario donde las infraestructuras serán vitales como punto de apoyo para la viabilidad de los nuevos sistemas productivos.
Tenemos un aeropuerto de Alguaire judicializado, bajo la sombra de la corrupción, sin apenas aviones y que cada año genera un déficit de 3M/€. Tenemos un Canal Segarra Garrigues que, hoy me ha respondido por el escrito el Vicepresident Oriol Junqueras, calculan que se finalizará en el año 2030. Tenemos una estación de autobuses para el derribo, pero aunque hemos solicitado la construcción de una nueva, anexa a la del ferrocarril para favorecer la intermodalidad, pero no se ha incluido en los presupuestos.
Tenemos un sistema sanitario, educativo y público en general; costosísimo que comienza a dar signos de colapso. Y que hay que evolucionar hacia la eficacia y la imaginación, nunca hacia la reducción de prestaciones. Tenemos el reto de abrirnos, evolucionar y seguir avanzando, o de intentar recuperar de las cunetas lo que el tiempo ya ha colocado en los libros de historia. Mirar el futuro o añorar el pasado. Buscar soluciones para nuestros problemas o enemigos a quienes culpabilizar de nuestros males. Son las dos ofertas políticas del momento. Como decía aquel extraño premio Nobel: – The answer, my friend, is blowin’ in the wind -.
Javier Rivas, diputat al Parlament de C’s Lleida
Artículo publicado en La Mañana (14.1.17)