Seguramente habrán leído y oído esta combinación de forma frecuente estos días. Corresponde al momento en que entró en vigor el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial en 1918, aunque eso no significó que los demonios que asolaron Europa fueran conjurados tras la firma. Al contrario, las mismas pulsiones nacionalistas, los mismos agravios populistas, el mismo rencor larvado durante años desembocaron finalmente en el horror de la Segunda Guerra Mundial, tras haber hecho posibles las ideologías más perversas y criminales, el fascismo en sus diferentes versiones, el nacionalsocialismo y el comunismo.
Estas ideologías tienen algo en común. Consideran al individuo, a la persona, solamente válida o útil como masa ciega y acrítica que debe ser sacrificable por el bien del pueblo, del estado y de sus líderes, y que únicamente es valorada en función de lo que aporten a esa idea homogénea y fuertemente jerarquizada de la sociedad.
Y así, el exacerbamiento de los sentimientos de pertenencia de los elegidos, del patriotismo y la exaltación de los valores ideales que hacen superiores a unos pueblos por encima de otros provocaron unas matanzas descomunales, nunca vistas antes. E hizo que las sociedades cambiaran para siempre.
Cuando se dieron los primeros y tímidos pasos para superar el horror y el encarnizamiento que dejaron traumas difíciles de superar, lo que tuvieron en cuenta sus promotores es que había que abandonar las trincheras en las que se movían cómodamente las masas para empezar a poner en valor las sociedades de individuos, plurales, discrepantes y desapegados de atavismos.
Pasarían muchos años hasta que el primer pacto para dejar de luchar por los recursos clásicos, el acero y carbón de las cuencas del Ruhr y el Sarre, desembocara en algo tan conocido hoy en día como el programa Erasmus… Un programa que, juntamente con el Interraíl, hizo que la movilidad juvenil por Europa cobrara un significado totalmente nuevo y esperanzador. Fue una gran premisa y un gran acierto. Si conoces a tus vecinos europeos, convives con ellos y compartes experiencias vitales, es posible que no te dejes llevar por discursos etnicistas.
La experiencia de la construcción europea, la ilusión de forjar una sociedad de ciudadanos libres, iguales en derechos, oportunidades y obligaciones parecía encarrilada pese a las dificultades. Sin embargo, la memoria es frágil. No queda nadie que recuerde el horror de la Gran Guerra, más allá de los monumentos que se erigieron en prácticamente todas las poblaciones para recordar a sus muertos. Apenas quedan testimonios del espanto, del Holocausto, de la barbarie de la segunda Guerra Mundial.
Y los mismos fantasmas que en su momento destrozaron millones de vidas, hoy resurgen en las viejas, y creíamos superadas, fórmulas de nacionalismos y populismos. Hoy. En 2018. Cien años después de un armisticio que solamente frenó unos pocos años el peor de los males que aqueja a la humanidad: la reivindicación de que hay pueblos mejores que otros, en función de su color de piel o de dónde hayan nacido. La anulación del individuo por la masa entusiasta que venera a líderes mesiánicos. El germen de todo aquello que creímos dejar atrás…
Pues frente a eso, algunos reivindicamos el gran proyecto de la Unión Europea: que los viejos estados nación pierdan soberanía para situar al individuo como la medida de una sociedad de ciudadanos libres e iguales. Donde factores como la lengua, la procedencia, el color de la piel o la clase social no importen. Porque seremos una sociedad de ciudadanos con las mismas obligaciones legales y fiscales, con las mismas oportunidades de desarrollar un proyecto vital allá donde hayamos nacido o a 1.500 km de distancia del hogar de nuestros padres…
Este 11 del 11 a las 11, los viejos enemigos de antaño, personificados en Macron y Merkel, se han abrazado, han honrado la memoria de sus muertos y se han comprometido en no dejar morir el sueño europeo.
En breve llegará el momento de elegir a nuestros representantes en el Parlamento Europeo. Ojalá triunfe la sensatez y la esperanza… Y quizás el 11 del 11 a las 11 dentro de cien años, nuestros descendientes simbolizarán con un abrazo el momento en el que decidimos combatir el nacionalpopulismo y luchar por la Unión Europea, la unión de ciudadanos libres e iguales.
Ángeles Ribes, portavoz de Cs Lleida
Artículo publicado en La Mañana (14.11.18)