A muchos leridanos les ha sorprendido gratamente el uso de la expresión Lleidamorfosis. Es una palabra inventada, una palabra nueva, un neologismo que sirve para definir algo que ya existe, pero que no tenía, hasta ahora, una palabra para ser expresado.

La Lleidamorfosis es una transformación, un cambio o mutación que experimentará la ciudad, es algo que hace tiempo que se gesta y que no solo afecta a su forma, sino también a sus funciones y al modo en que se va a vivir en ella. Porque las nuevas ideas en política y las nuevas propuestas centradas en una ciudad al servicio de las personas supondrán la metamorfosis de nuestro entorno, de nuestra forma de ver y vivir esta Lleida que habitamos. Desde nuestra formación liberal apostamos y creemos en la mudanza de una ciudad apática hacia una ciudad con ilusión; de una ciudad hoy triste, hacia la alegría; de una ciudad oscura, hacia la luz. Muchas personas han inspirado y están esperando ese cambio y creen, como yo, que el momento de la Lleidamorfosis ha llegado. Desde hace demasiado tiempo la ciudad se encuentra adocenada, sumida en un profundo letargo por causa de las tradicionales y poco acertadas recetas políticas y por la mala gestión. Algunos se conforman porque para Lleida ya es suficiente, ya está bien. Pues no, yo creo que no está bien. Aspirar a ser algo más que el barrio del centro oeste de la capital catalana es legítimo y necesario. La Lleidamorfosis supone precisamente desprenderse de la vieja forma para dar paso a una ciudad más habitable y sostenible, con un proyecto social, económico y políticamente innovador.

Aristóteles afirmaba que la primera condición de la ciudad ideal es la salud de sus habitantes. Por eso, después de décadas de actuaciones a nivel macro, sin tener en cuenta a las personas, a todos los ciudadanos que conforman la realidad de la ciudad, se impone la tendencia de intervenir en lo que tenemos, de aprovechar el valor de lo local, de confiar en el potencial de las personas. Descentralizar más, apostar por escenarios intermedios, cuidar los barrios y que estos recuperen la vida que han perdido por la maldita manía de hacer siempre lo mismo, concentrando todo siempre en los mismos lugares.

Creo firmemente que el papel del ayuntamiento con las políticas adecuadas es crucial, y que pueden determinar con las actuaciones que se lleven a cabo qué modelo de ciudad queremos para el presente y para las futuras generaciones. Pero el ayuntamiento no tiene la última palabra. Se deben proponer actuaciones, pero es la ciudadanía a través de sus elecciones la que debe decidir. Para ello es necesario explicar muy bien los proyectos, razonar su necesidad y hacer partícipes a los vecinos en ellos. Pasar a la acción no siempre es fácil porque con demasiada frecuencia los modelos ideológicos del gobierno de turno se imponen. Cuando esto sucede, las personas se sienten decepcionadas y se alejan de la participación en su comunidad. Si no se les tiene en cuenta, si no se les escucha, para qué van a participar. Porque convertir a las personas en simples espectadores, en transeúntes silenciados, o lo que es aún peor, en abnegados contribuyentes, no es la manera de generar las sinergias que son necesarias para provocar los cambios que nuestra sociedad ambiciona.

Las personas tienen sueños, esperanzas, ilusiones y nosotros tenemos el compromiso y el deber de, como dijo Adolfo Suarez, “elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es simplemente normal”. El pasado día 18 de diciembre muchos vecinos pudieron ver ya una parte de la transformación más importante, útil y necesaria por y para la ciudad de Lleida. Una transformación pensada para las personas, para la economía, para el patrimonio. Una transformación por la que trabajamos y en la que creemos. La Lleidamorfosis ha comenzado.

Maria Burrel Badia

Portavoz Cs Ayuntamiento de Lleida y Diputada Provincial