Ya es primavera y se acerca el día que todos esperamos. Es un día febril, un día triste, el día más triste del año tal vez: el día que hacemos la declaración de la renta. Como en los últimos años, a la gran mayoría de españoles este también nos saldrá a pagar una cantidad considerable. Pero según la delirante izquierda tendríamos que estar contentos porque eso lo que demuestra es que ganamos mucho dinero. Y si fuera cierto sería maravilloso. Pero claro, los datos están reñidos con la izquierda, que vive de la fabulación y del resentimiento.

Tal vez no sepan que cada español dedica una media de 160 días al año a trabajar para hacienda y sólo a partir de junio lo que ha empezado a ganar cada ciudadano es renta neta disponible. A mí, ya me disculparán, pero me parece una autentica salvajada, hasta el punto de que no es de extrañar que uno se plantee si merece la pena trabajar mientras algunas instituciones se lo gastan en chiringuitos, en sueldos vitalicios para expresidentes, en incontables ministerios bien engrasados y en sistemas de subvención a gran escala como el invento del Ingreso mínimo vital que provoca menoscabar el estímulo de la integración en el mercado laboral legal y el emprendimiento.

Yo pago los impuestos de España, los de mi comunidad y los de mi ciudad por obligación. Y no me sonrojo al decirlo. Y tampoco por tener un seguro sanitario privado, por no usar el transporte público, aunque lo costee religiosamente para que el resto viajen ignorantemente subvencionados. Por eso, para papa Estado, soy una contribuyente perfecta. Lo que no soy es tonta del todo. Porque mientras la situación presente es ya un drama en toda regla, el futuro es mucho más sombrío. Los gobiernos socialistas y comunistas ya no engañan a casi nadie, aunque sigan empeñados en hacernos creer que hay que subir los impuestos de manera imperiosa, o que no merecemos que los bajen, porque nuestra recaudación fiscal está todavía por debajo de la media de la Unión Europea. O sea, que todavía hay mucha más leña para quemar. Vaya despropósito porque nuestra renta per cápita está entre un 20% y un 40% por debajo de los países de referencia como Alemania, como Francia, como el Reino Unido, como Holanda o como Dinamarca. Y es que , a mayor renta per cápita, la recaudación fiscal es mayor por una simple cuestión de fuerza mayor que escapa a la capacidad de raciocinio de los ministros que el día que explicaban eso en clase hicieron campana.

Es del todo imprescindible aplicar políticas fiscales liberales como en el resto de Europa, y bajar los impuestos en España, en Cataluña y en Lleida. De manera inmediata. Pero mientras los grandes gurús del empobrecimiento, del paro y del cierre de empresas están estudiando un paquete de medidas, dicen, en este país seguimos con un impuesto que grava el patrimonio y que no existe en ningún otro país de la UE; seguimos sin deflactar el IRPF; seguimos manteniendo el impuesto de Sucesiones y de Donaciones y otros tantos 17 impuestos en Cataluña porque somos los más estupendos; y seguimos con un impuesto potestativo, el de la plusvalía municipal en Lleida, que es un súper impuesto del todo injusto y confiscatorio porque se tributa dos veces por el mismo hecho impositivo. Y tienen que saberlo, porque todos los partidos con representación política en el Ayuntamiento y en la Diputación han dicho “no” a bajar los impuestos, condenando a muerte a las empresas que todavía están en condiciones de sobrevivir, matando las expectativas de la gente más productiva y emprendedora, y expulsando la inversión que podría llegar a nuestra provincia.

Mientras esto pasa y se acerca el día más triste del año, el gobierno más progresista de la historia pide paciencia. Y es momento para recordarle que la paciencia no paga las facturas.

Maria Burrel