Lejos, muy lejos quedan los mandamientos del patriarca Pujol, ahora caído en desgracia, que dijo aquello de “es catalán quien vive y trabaja en Cataluña y quiere serlo”. Se acabó. Los nuevos mandamientos dictan que catalán es única y exclusivamente aquel que tiene el beneplácito de los que reparten los carnets de catalanidad. Aquellos que se han apropiado de los símbolos de todos, haciendo de los mismos algo excluyente para que los que no comulgamos con el dogma imperante nos sintamos fuera de lugar.

Es el caso de una diada de Cataluña que año tras año se convierte, cada vez más, en una exaltación de los preceptos del independentismo y en una excusa para señalar como dogmas de fe, diferencias insalvables entre Cataluña y España, entre catalanes y españoles, como si fueran no ya conceptos distintos sino directamente antagónicos.

Pues bien, ante eso déjenme decirles algo alto y claro: yo también soy catalana.

Y deseo celebrar la diada de todos los catalanes. De todos. Sin exclusiones ni sectarismos, sin voluntad de enfrentamiento ni falsedades históricas. Una diada de todos y para todos. Sin carnets de buenos o malos catalanes y sin otro ánimo más que el de celebrar una fiesta que recuerde nuestra historia y que debería conmemorar valores cívicos como la convivencia y el respeto mutuo.

Ángeles Ribes, portavoz del grupo municipal de C’s Lleida