Justo en el momento de escribir estas líneas, se cumplen 120 años de la publicación de la carta abierta J’accuse, de Émile Zola en el periódico francés L’Aurore. La historia es sobradamente conocida: Una investigación por espionaje en el seno del ejército francés acabó con la condena del único judío del Estado Mayor. El hecho es que tanto el juicio, con informes falsificados, como el tratamiento de los medios de comunicación de la época sirvieron para manipular a la opinión pública y a generar una ola de odio hacia los judíos en toda Francia.
Y uno de los métodos más utilizados para exacerbar ese odio fue la reiterada publicación de viñetas en las cuales se representaban a los judíos franceses como la representación de los seres más abyectos imaginables, capaces de toda perversión y estafadores del buen pueblo francés, personajes caricaturescos de enormes narices ganchudas, que no debían formar parte de la venerada nación gala. La hostilidad se desató de forma iracunda así mismo contra el escritor. Caricaturizado, calumniado, amenazado, perseguido… Zola murió, dejándonos un legado de lucha contra la injusticia y de creencia firme en unos principios a los cuales no renunció jamás, pese a todos los sinsabores que padeció.
En otro plano, existe un legado de este mismo caso, más siniestro por cuanto tiene de revelador: el uso de las viñetas humorísticas, de la sátira política como medio para propagar el mensaje del rechazo, odio o intolerancia hacia el rival, al que no se le concede cuartel.
Así, podemos observar como presuntos humoristas perfectamente alineados con los que ostentan el poder, se dedican a proyectar imágenes grotescas de los partidos que discrepan de las tesis oficiales. Representaciones en las cuales los miembros de esos partidos son representados como seres brutales, malvados o violentos. Capaces de hacer actos perversos como tirar macetas a honrados paseantes que representan al noble pueblo catalán, enarbolar porras, masacrar a toros inocentes que representan al independentismo, etc. No hay más que tirar de hemeroteca para ver que son ya demasiado frecuentes las viñetas y dibujos, casualmente siempre en la misma dirección.
Las líneas que separan la sátira política o la crítica humorística de la actualidad con la calumnia o el discurso del odio a veces son muy finas y difíciles de delimitar, pero existen.
Cuando se tienen claros los principios básicos de una democracia, deben aceptarse de buen grado las discrepancias con las ideas o los proyectos realizados por aquellos que están en posiciones ideológicas enfrentadas. Y los únicos límites a la libertad de expresión deben ser los que marquen las sentencias de los tribunales. Sin censuras previas y sin prejuicios.
Pero no se debe renunciar a denunciar a quienes se dedican a focalizar un discurso de odio en el colectivo de votantes o representantes de partidos como Ciudadanos.
Hoy, como hace 120 años, hay que salir en defensa de aquellos que están siendo representados de forma grotesca e irreal con un fin perverso: la exclusión de la esfera social catalana. Mediante la vieja táctica de la cosificación y de mostrarlos como algo ajeno que hay que expulsar de la esfera política. Del lanzamiento, una vez más, del mensaje de los buenos y los malos catalanes. Hoy, como hace 120 años, hay que seguir manteniendo con firmeza el compromiso con la lucha contra aquello que consideramos injusto, con la defensa de los valores democráticos y con la pluralidad de la sociedad. Pese a las caricaturas. Pese a las calumnias. Pese al odio.
Ángeles Ribes, portavoz del grupo municipal de Cs Lleida
Articulo publicado en La Mañana (16.1.18)