En épocas de ‘post-verdades’ y de hechos alternativos, las palabras cobran una relevancia inusitada. Por ejemplo, últimamente, para algunos, la palabra ‘referéndum’ ha tomado un cariz casi mágico. Seguramente deberíamos hacer un referéndum para decidir si se debe incorporar a las ya reconocidas como: Abracadabra, Alacasam, Sésamo o shazan de mago Merlin y probablemente se debería también incluir en los temarios de la escuela Howards de Harry Potter. Aunque para ello, lógicamente, también deberían convocar otro referéndum.
El arrebato por repetir consultas de los políticos separatistas, en cambio, no se traduce en otras cuestiones: votar en referéndum para acabar las obras de la L9, preguntar a los funcionarios si quieren que se les devuelva de una vez la paga, o si nos ponemos de acuerdo todos los partidos para que las familias catalanas tengan libros de texto gratuitos. ¡President, posi les urnes!. Aunque me temo que para esto no lo hará.
“No hay nada más democrático que votar”, repiten día tras día, desde 2010. Y así andan llenando el calendario de días históricos sin que los catalanes tengamos la sensación de que nuestros problemas se resuelven, más bien al contrario: seguimos con las tasas universitarias más altas de toda España, con unos impuestos altísimos, con las listas de espera más largas para las personas en situación de dependencia, etc. Y lo más preocupante: un gobierno obsesionado con repetir un referéndum ilegal, de espaldas a la mayoría de catalanes representados en el Parlament.
Una persistencia que, en el plano internacional, ha llevado a estos políticos a hacer el ridículo viaje tras viaje, conferencia tras conferencia, que nos han costado un ojo de la cara a todos los catalanes. La comisión Venecia, nada sospechosa, les ha dicho que lo que pretenden no cumple los requisitos mínimos de garantías democráticas como para etiquetarlo de “referéndum”, porque “votar” tiene que ser de acuerdo a unas normas y con un mínimo de garantías. Pero nada, ahí siguen con el monotema, como si estuvieran abducidos por la TV en “Cuarto Milenio” y sin pilas en el mando para cambiar de canal, insistiendo únicamente en apretar con más fuerza los botones.
De espaldas a la comunidad internacional y de espaldas a la mayoría de catalanes: su proyecto es irreal e ilegal. Nos han estado bombardeando mediáticamente año tras año con que quieren separarnos del resto de España y sacarnos de la UE, que aislarnos sería ventajoso, lo cual no es una teoría novedosa. Putin, Le Pen, Trump están en esta línea. El tiempo demostrará que es una teoría errónea. Sí que nos interesa vivir en España, reformándola, mejorándola y permaneciendo bajo el paraguas de la UE.
Pero, aparte de intereses miopes y de pretender construir un nuevo país tipo el “país de las maravillas”, lo que es más peligroso es dar naturaleza al concepto de “personas con las que no me interesa vivir”. Porque en esa lógica, en el ‘nou país’ ¿se podría reclamar abandonar las comarcas catalanas con menos recursos, o a los jubilados, o a los parados? Eso es lo que se consigue enterrando el concepto jurídico de ciudadanía, por el que la vieja Europa ha sufrido durante siglos hasta conseguir un entorno más justo, donde sus ciudadanos puedan vivir en paz y prosperidad.
La libertad no es hacer lo que queremos, la libertad es hacer lo que debemos. Aunque lo fácil sería nadar a favor de la corriente como los peces muertos. Desde Cs trabajamos cada día para explicar que este bazar de ideas recicladas del pasado, convertido en chatarra conceptual, no sería bueno para los “Ciutadans de Catalunya” que dijo Tarradellas nada más llegar.
¡Posi les urnes, president! Las de verdad, con garantías de democracia y no de república bananera, porque a esta tierra hay que cambiarle las pilas del mando y sintonizar nuevos canales, principalmente los del trabajo, el respeto y la seriedad, con las que se resolverán los problemas reales de los ciudadanos; aunque seamos diferentes como dos copos de nieve.