Hace siglos Villa Arriba era un pueblo amurallado. Lo de la muralla no era decorativo. Era imprescindible, junto con la contratación de un señor de armas que la defendiera. Porque los de Villa Abajo se habían acostumbrado a hacer incursiones para robarles las cosechas y las doncellas. También los de Villa Abajo tenían su muralla, y su señor de armas, porque los de Villa Arriba tenían las mismas costumbres.

Con el tiempo, los señores de ambos castillos se volvieron totalitarios y abusones. Por lo que el remedio devino peor que la enfermedad. Ambos pueblos buscaron la manera de librarse de sus respectivos Sres. Redactaron leyes que les protegían de ellos mismos, posibilitando la convivencia y ensanchando la frontera a una entidad mayor, más segura y próspera. Así prescindieron de la muralla y reutilizaron sus piedras para construir nuevas viviendas. Todavía tuvo que pasar mucho tiempo hasta que las ideas ilustradas y la revolución francesa enterraran definitivamente el antiguo régimen, dando lugar a las instituciones y a un nuevo concepto: “ciudadanía”.

En esta lógica, la humanidad ha recorrido caminos de evolución y sufrimiento, derribando muros y mejorando vidas. Y aunque la actualidad está complicada, comparativamente podemos asegurar que ningún tiempo pasado fue mejor. De la villa a Europa, paso a paso, siglo a siglo estamos consiguiendo, no sin dificultades, un entorno que diluye las fronteras. No con la fuerza de las armas, sino con la fuerza de las ideas y el pragmatismo de la convivencia.

Ciertamente esto implica no una pérdida, pero sí una cesión de soberanía, (el 80% de la legislación actual nos viene dada de Europa). ¿Esto es bueno es malo? ¡Es bueno! Europa no es un ente ajeno, aunque pueda parecernos alejado de nuestra realidad, Europa también somos nosotros y participamos en la redacción de esas directrices. No perdiendo soberanía local, cambiándola por soberanía continental. La soberanía no es un fin en sí mismo, tan solo es un medio para la gestión. (Para soberanía total, ya tuvimos al señor del castillo). Cuando alguien necesita un hospital, colegio o carretera, le da igual si la gestión está en Bruselas, Madrid o Barcelona. Lo que necesita es que funcione.

Alguien me dirá: “Es que desde aquí gestionamos mejor”. ¡Falso!. En Catalunya encabezamos listas de déficit público, presión fiscal, espera sanitaria, bajo nivel escolar, pagos en autopistas, etc. Lamentablemente, gestionamos igual de mal o peor que en el resto de España. Alguno me dirá: “Claro, esa mala gestión es debida a que una parte del dinero de nuestros impuestos se va fuera”. ¡Falso! No se va fuera, se queda en nuestro entorno español y europeo y nos retorna en forma de comercio, estabilidad, seguridad y servicios. El déficit solo es el certificado de la mala gestión.

Alguno me dirá: “Es que España es corrupta, nos avergüenza y limita los recursos”. ¡Cierto!. Todos hemos pasado vergüenza ajena con los escándalos contemplados. Pero pretender que Bárcenas (30M/€) es España, pero los Pujol (1.300M/€) no son Cataluña, es hacerse trampas al solitario.

Alguno me dirá: “Es un tema de lengua e identidad”. Nada tiene que ver la gestión de lo público con los sentimientos individuales y su expresión.Hablamos de derechos, de ciudadanía. Yo puedo hablar inglés, pero eso no me otorga la ciudadanía norteamericana. Nunca la lengua catalana y la aranesa han tenido tanto nivel de reconocimiento, respeto y ayuda como en la actualidad.

Hay quien dice como corolario de la confusión: “Que no se sienten cómodos en España, que no se sienten españoles” ¡Oiga! Que un país no es una tumbona donde acomodarse, ni una sensación, como el dolor de tripa. Un país es un entorno jurídico de derechos, obligaciones y libertades. Un instrumento de gestión social; la resultante de siglos evolución.

Ortega decía que España era el polvo que dejaban los pueblos a su paso al galope por la historia. Yo aspiro a que España sea nada más y nada menos que la implementación de los derechos de los ciudadanos.

Algunos caminamos bajo la lluvia, otros tan solo se mojan en las encrucijadas de la historia, donde los caminos se bifurcan, hacia el pasado o hacia el futuro.

Javier Rivas, diputado de C’s por Lleida al Parlament de Catalunya

Articulo publicado en La Mañana (18.11.16)

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