Lejos de escandalizarme con la emisión de Raza del pasado 18 de enero por la 2, he de reconocer que no pude evitar la tentación de ver, al menos los primeros minutos de la película.

Ya la había visto íntegramente hacia unos años, pero como estoy interesado en estudiar los mitos de la historiografía nacionalista catalana, no pude evitar visionar uno de los iconos cinematográficos procedente de la manipulación nacionalista española. Concretamente, surgió de la mano de un guionista que no tiene desperdicio, un tal Jaime de Andrade, pseudónimo de Francisco Franco, por aquel entonces caudillo, dictador y recientemente vencedor de una sangrienta guerra civil.

Franco, como buen nacionalista, no defraudó en cumplir hasta el extremo, los prefectos básicos de cualquier divulgador que antepusiera lo que él entendía por intereses de la patria a la verdad. Manifestó un absoluto su desprecio por la historia, la manipuló a su antojo e introdujo al chivo expiatorio, de rigor incluido, al que se le culpaba de todos los males, es decir, a los archiconocidos masones.

Raza, pese al enorme valor histórico que tiene por quien era su guionista, es una película realmente mala, el Plan 9 del espacio exterior de las películas patrioteras, motivo por el cual se hace dura de digerir, a no ser que el espectador se lo quiera tomar con un poco de humor. Romà Gubern, en su libro “Raza. El ensueño del general Franco”, ya demuestra que el protagonista de la historia, José Churruca, es en realidad el alter ego del general, lo que Franco hubiera querido ser en otra vida. Con ello en mente, no dudó en cambiar hasta su propia historia familiar. La primera víctima de su afán revisionista fue su padre, Nicolás Franco, marino como el de la película, en este caso Pedro Churruca. En la película. Pedro muere a bordo del crucero Vizcaya a las primeras de cambio, combatiendo a los yanquis a bordo de una carraca de tres palos, la cual aparece en la lejanía en la escena de la despedida, en el malecón. Por el contrario, el verdadero padre de Franco no murió en Cuba, aunque sirvió allí, de hecho, sirvió por medio mundo, las islas Filipinas incluidas, de las que se trajo un zagal que procreó con una lugareña, que evidentemente no era su esposa. El Franco padre era jugador, mujeriego, bebedor y juerguista sobreviviendo 43 años al de la película. El general quiso, en su ensueño, dar un final glorioso a un padre rijoso.

Como decía, en una de sus escenas se ve la silueta de lo que se supone que es el crucero Vizcaya y que en realidad, bien podría parecerse al navío San Juan Nepomuceno, que combatió en Trafalgar cien años antes. En un claro intento de manipular la historia, se transmite al espectador la imagen de un buque anticuado y decrépito, como se repite una y otra vez en los diálogos entre los oficiales de la Marina antes de la batalla naval de Santiago de Cuba, cuando en verdad  los cruceros españoles eran todos nuevos y de diseño moderno. El Vizcaya era una versión más pesada y acorazada de los cruceros protegidos británicos de clase Orlando. Tenía una cintura acorazada de hasta 30 centímetros de espesor e iban armados con dos enormes cañones hontoria de 280 milímetros más diez de 140 de tiro rápido como parte de su armamento. El mito de los barcos de madera fue ampliamente difundido después del desastre para justificar una campaña pésimamente dirigida por el gobierno y por los altos mandos de la Armada, a los que Franco, nacido en Ferrol en una familia de marinos, no dudó en sumarse entusiásticamente.

Hoy en día, el visionado de Raza no logra, en la inmensa mayoría de los casos, el efecto por la que fue filmada. Buena parte de la sociedad española está “vacunada” contra las soflamas que se vierten, pero paradójicamente, en pleno siglo XXI no estamos libres de intoxicaciones y mal interpretaciones intencionadas de la historia para cimentar proyectos nacionales. En 2014 se publicaron novelas que, como Raza hablaban de historia, pero una historia inventada con hechos imaginados y pasados que no sucedieron, con el fin de apuntalar un proceso político. Al nacionalista nunca le basta la verdadera historia, en su visión romántica de la política necesita trasformar un pasado en glorioso que sirva de referencia al proyecto de futuro. Y si en la España de Franco la rémora que impedía que el país avanzase eran los masones, en la Cataluña de Mas y de Más de lo mismo, el culpable de nuestros males es España. Como todo buen nacionalista, Franco estaba obsesionado con que el problema lo tenían otros y solo cuando un colectivo humano se da cuenta de que es parte del problema, se encuentra en condiciones de buscar la solución.

 

Óscar Uceda, coordinador de C’s Lleida

Artículo de opinión publicado en 7accents y HolaLleida (2.2.2016)